Después del verano, teníamos muchas ganas de volver a visitar la montaña.A pesar de los pronósticos de lluvias, unos valientes nos animamos, y nos mantuvimos firmes en nuestro empeño de salir. Afortunadamente la montaña una vez más, se portó con nosotros y fue estupendo.
Teníamos presentes a las personas que por diversos motivos no pudieron venir, que fueron muchas, y que esperamos para la próxima estén con nosotr@s.
Un abrazo muy especial y un recuerdo para nuestra pareja más divertida: Lucía y Jose. Que a pesar de no poder, de momento, acompañarnos a las excursiones, nos hicieron llegar una bolsa de silbatos para poder comunicarnos por la montaña y para no olvidar una de las esencias de nuestro grupo: Cada uno marca su ritmo.
GRACIAS CHICOS, POR VOSOTROS LA FOTO DE LOS SILBATOS!!!!
La ruta fue preciosa. Y el tiempo salvo en la hora de la comida fue mejor de lo que esperábamos.
Mucha subida, nos costó, además después del verano perdemos la forma. Pero con buenas conversaciones y muchas muchas paradas, poco a poco logramos llegar a la poza.No llovió y la temperatura era muy agradable. El viento nos acompañó durante todo el ascenso y arriba era fuerte, muy fuerte.
A pesar de que hacía buen tiempo, una vez arriba, agradecimos al generoso de Julio sus guantes, su gorro... toda ropa era poca, ya que la niebla nos pillo desprevenidos y con el frío, no pudimos disfrutar de una comida agradable. Decidimos comenzar el descenso porque no sentíamos las manos.
Ana y Amelia adoptaron a su pequeña mascota aunque finalmente decidieron dejarla vivir en su hábitat natural, y la dejaron en la poza.
A medida que descendíamos nos dábamos cuenta de la gran distancia, resulta que la ruta no era nada corta, y además antes era cuesta arriba. El descenso no fue mucho más fácil y además esta vez asomó la niebla meona. Calados y agotados llegamos al último tramo de la ruta, pero nuestra montaña nos tenía una sorpresa, un sol radiante. Y Diego no pudo por menos que cantar "canciones de misa". La inspiración o mensaje divino. Sólo él sabe. Pero afortunadamente pudimos abandonar los pañuelos de papel que eran una constante en nuestra ruta.
El sol nos trajo alegría y calor, que nos ayudó a recuperarnos del esfuerzo y la emoción vivida se notaba en el ambiente.
Satisfechos y emocionados llegamos al pueblo. Por primera vez decidimos estirar. Se nota que vamos siendo cada vez más profesionales.
Y para quitarnos la espinita clavada de no haber podido disfrutar del placer del bocadillo en la montaña, nos fuimos a un bar en Velilla, allí entre el café caliente, el chocolate, los restos de bocadillos sin comer, galletas y almendras, finiquitamos nuestra primera ruta.
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